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La Terapia Provocativa, parte 1

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En esta serie de blogs empiezo dibujando una imagen general de la terapia provocativa. Después de hablar sobre los principios fundamentales escribiré más específicamente sobre los usos de la terapia provocativa, por ejemplo, sobre la terapia provocativa en traumas, en depresión o en terapia de parejas. Si tienes alguna sugerencia, déjala en la sección de comentarios.

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Empezamos con los principios más importantes que uso yó como psicólogo provocativo. La explicación más corta que he aprendido es: “Si quieres que un burro se ponga en marcha, tendras que tirarle de la cola.” ¿Que implica este principio si hablamos de nuestros pacientes? Hay pacientes que no necesitan mucho la ayuda de un psicólogo. Simplemente hablar unas veces sobre sus problemas y uno o dos consejos de un psicólogo bastan para que los clientes se sientan aliviados y continúen sus vidas. Un pequeño empujón en la dirección correcta será suficiente. No hace falta tirar al burro de la cola entonces.

Sin embargo, hay un grupo de clientes bastante grande que no mejora cuando un psicólogo, pacientemente y con buenas intenciones, le escucha, le hace un análisis o le da unos consejos muy buenos. Eso no es muy extraño. ¡Es que cambiar cuesta! Si un paciente está acostumbrado a pensar, sentir y actuar de alguna manera, le cuesta romper los patrones habituales. A menudo un paciente quiere cambiar, y por eso le agradece al psicólogo por su tiempo y consejos. No obstante, no llega el resultado esperado. En ese momento no hace falta que empujemos al ‘burro’ hacia delante, sino que tiremos al ‘burro’ de la cola.

¿Como se expresa todo esto en la consulta, ese ‘tirar al burro de la cola’? Para explicar esto hago referencia a los dos principios centrales que Frank Farrelly ha descrito en su libro Provocative Therapy (1974). En este artículo trataré el primer principio. En el siguiente artículo el segundo principio será el protagonista.

Principio 1: Si el paciente es provocado por el psicólogo (con buena comunicación, con humor y conectado a las vivencias del paciente), el paciente se moverá en la dirección opuesta a la definición que el psicólogo ha dado a este como persona. (Farrelly & Brandsma, 1974, p52.)

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Significa lo siguiente. Si dices a un compañero de trabajo que es un compañero simpático y fiable porque siempre entrega su trabajo a tiempo, habrá una gran probabilidad de que tu compañero quite importancia a tu cumplido con comentarios como “Jo, pues, no es nada especial. Es mi trabajo ¿no? No seas tonto. ¡No hace falta agradecerme eso!” Entonces, te expresas positivamente hacia tu compañero, dices algo sobre él como persona, es decir ‘es fiable’. Y tu compañero quita importancia a tu comentario. Así se mueve en la dirección opuesta, en este caso en una dirección negativa, de tu definición.

Si dices al mismo compañero que estás harto de su costumbre de llegar muy tarde a las reuniones de trabajo, y que él molesta al resto llegando tarde siempre, habrá una gran probabilidad de que se sienta atacado y… vaya a defenderse: “Sí, llego un poco tarde de vez en cuando, pero es que tengo que terminar el trabajo de otros que no lo hacen correctamente” ó “Lo sé, lo sé. Pero, sabes que, trabajo tán concentrado. Acabo mi trabajo a tiempo para la reunión, pero reviso bien las actas de la última reunión. Y por eso tardo un poquito más. ¡Lo siento!” También en este caso el compañero se mueve en la otra dirección de tu definición sobre él como persona: comentas negativamente su comportamiento y tu compañero intenta quitar importancia a esa imagen. Así se mueve en una dirección positiva.

Con pacientes vemos lo mismo. El 99% de los pacientes va a un psicólogo llevando una definición negativa de sí mismo. Puede tratarse de algo pequeño (“últimamente no estoy contento con mi productividad en mi trabajo”) ó de una definición negativa de si mismo que ya está interiorizado muy profundamente durante mucho tiempo (“ya desde mi juventud he tenido la sensación que no soy importante. Todo lo que he intentado en mi vida ha estado orientado a obtener reconocimiento, que se me vea importante. Pero cada vez me rechazan. Me siento un cero a la izquierda”). Si nos esforzamos con este último paciente y si nombramos las cualidades positivas que observamos en el paciente (definiciones positivas de esta persona), habrá una gran probabilidad de que el paciente te vea muy simpático por decir estas cosas, pero al mismo tiempo que tus comentarios desaparezcan en un pozo sin fondo dada su incredulidad en que alguien pueda decir algo positivo sobre él y hablé en serio.

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Pero, si confirmamos a este paciente en todos sus pensamientos negativos sobre sí mismo, por ejemplo, en seguida preguntándole: “¿Pero puede ser que seas menos importante que el resto del mundo? ¿Que tu hermano, tu vecina y tus compañeros de trabajo efectivamente significan más que tú? En este caso tu sentimiento cuadra con la situación ¿no?”, la reacción más vista es que el paciente está confundido al principio (¿realmente está diciendo el psicólogo estas cosas? Debe ser positivo ¿no?) y enseguida empieza a defenderse. Por ejemplo, diciendo que “¡Pero no puede ser! Valdré tanto como todo el mundo a mi alrededor ¿no? ¡Fijate cuanto trabajo estoy haciendo! Y para mi hermano todo es fácil. No tiene que esforzarse para nada.” Así el paciente se mueve en la dirección opuesta de la definición negativa de su persona y por eso se vuelve un poquito más positivo.

Para provocar a un paciente es muy importante que el psicólogo no solo provoque, sino también se conecte al mundo de vivencias del paciente. La verdad es que no se trata de la definición que tenga el psicólogo del paciente, sino de formular y ampliar la definición disfuncional que tiene el paciente de sí mismo. Si el paciente se rebela contra lo que dice el psicólogo, verdaderamente el paciente se está rebelando contra sus propios pensamientos y sentimientos disfuncionales sobre sí mismo.

La terapia provocativa se distingue de las otras formas de terapia por:

  • El hecho de rebelarse contra sus propios pensamientos y sentimientos disfuncionales puede ser evocado en los primeros cinco minutos del tratamiento.
  • Desde el inicio del tratamiento el paciente es desafiado a rebelarse sin apoyarse demasiado en el psicólogo. El paciente se da cuenta muy pronto de que la fuerza de pensar más positivamente sobre sí mismo es originada por él mismo y no por el psicólogo.
  • Desafiando al paciente, tanto el paciente como el psicólogo necesitan salir de sus zonas de confort inmediatamente. Eso es emocionante, pero la probabilidad de que algo se ocurra es más grande también.

En la publicación siguiente hablaré sobre el segundo principio. Además de que un paciente mantiene una definición de sí mismo (la mayoría de las veces una negativa disfuncional), también el cliente quiere saber qué hacer para cambiar. El segundo principio trata de cómo provocar el ‘qué hacer para cambiar’ sus problemas. ¡También con este deseo del paciente haremos algo provocativo!

¿Quieres participar? ¡Por favor deja tu comentario aquí! ¿Deseas más información sobre la posibilidad de aprender tú mismo los principios de la terapia provocativa? ¡Ponte en contacto conmigo!

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